jueves, 16 de junio de 2016

LA INFAMIA DE MORIR EN PRISIÓN

Homenaje al militante comunista Francisco Luis Correa Gallego
 “En mi modesta medida he cumplido con mi deber
con mi país y con mi pueblo”
                                                                                                                          Nelson Mandela
Por: Liliany Obando
Siempre he pensado que no hay nada más triste e  indignante que morir en soledad y enfermo en una cárcel.  Por eso, no pude contener las lágrimas cuando al leer un artículo sobre el tema carcelario me enteré que mi amigo y Camarada Francisco Luis Correa Gallego había muerto el pasado 10 de mayo como consecuencia de una enfermedad que adquirió en prisión y que como en muchos otros casos fue inadecuadamente tratada.
Francisco era uno de los miles de prisioneros(as) políticos que con estoicismo mantienen sus principios y moral revolucionaria y que también con expectativa esperaba recuperar la libertad a través de una Ley de Amnistía e Indulto, que debe resultar del actual Proceso de Paz entre el gobierno Santos y las FARC.
Desde su detención hace unos 4 años atrás, había sido trasladado de un establecimiento penitenciario a otro.  Estuvo en las cárceles de Garzón, Huila; Rivera en Neiva, Cunduy en Florencia y la Cárcel Modelo de Bogotá era la última de ellas.  Este año cumpliría 69 años y por eso se encontraba en el Patio de Tercera Edad en esa prisión reconocida por los dantescos hechos ocurridos en su interior: desapariciones, asesinatos y desmembramientos de más de un centenar de personas entre visitantes y presos, a manos de paramilitares,  hace más de una década. 
Como ocurre con muchas otras personas privadas de la libertad, por la improvisación y método de castigo en materia penitenciaria ejercida por el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, INPEC,  para Francisco  los días transcurrían sin tener contacto directo con su núcleo familiar que quedó lejos, en el Caquetá, tras su captura.  Por eso se alegraba tanto cuando recibía una que otra visita solidaria. 
Recuerdo que en una de esas visitas realizadas con un grupo de jóvenes estudiantes voluntarios del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, a la  hora de presentarse, Francisco con su sonrisa generosa y la calidez de un camarada,  se explayó en un rico recuento histórico de las luchas populares y revolucionarias en nuestro país, tratando de ubicar el momento preciso donde él entró a hacer parte de las mismas.  Historias quizá ya difusas para las nuevas generaciones, pero que como ocurre con los cuentos de las y los abuelos no dejan de cautivar a sus escuchas. 
De larga data, se había vinculado a la lucha revolucionaria a la que no renunciaría hasta el final de sus días. Se unió a las filas del Partido Comunista Colombiano en la región del bajo río Orteguaza, en la cabecera del municipio de Milán, Caquetá, donde soportó la arremetida del Terror de Estado desatada en tiempos de Turbay Ayala.  Reconocido como “un militante aguerrido y disciplinado”, bebió de la experiencia de los comunistas que venían desplazados del Tolima y Huila. 
Comprometido con la paz, en su momento, apoyó el proceso de diálogos de La Uribe, de cuyo seno nació el Movimiento Político Unión Patriótica (UP). Y fue concejal por la Unión Patriótica, en sus primeros años de existencia. Con emoción narraba cómo en el proceso de proselitismo de la entonces naciente UP,  recorrió veredas y caseríos por el Caquetá incluso junto al hoy negociador de las FARC en La Habana, Iván Márquez, quien entonces fuera destacado por esa organización insurgente para hacer  política por la vía legal. 
En 1988 fue promovido  para ocupar un cargo en la primera alcaldía popular de la UP en el municipio de La Montañita en el Caquetá junto a Omar Alfonso Cómbita, otro revolucionario y ex prisionero político.  Este último describe a Francisco como un compañero “responsable y de mucha mística militante… que siempre fue crítico severo de las cosas no correctas”.  Y de quien también dice que “nunca dudó de la vigencia de la lucha por la democratización del país, por la salida política y por lograr la más amplia unidad popular para llegar al poder”.
De origen campesino, Francisco se preocupaba siempre por fortalecer su formación ideológica, política y cultural a través de una asidua lectura, preocupación que también mantuvo en la cárcel. 
Francisco, quien sobrevivió en su región de origen al paramilitarismo que pretendía cobrarle su militancia comunista, no  logró en cambio hacerlo a los barrotes que impone el Estado a quienes se atreven a desafiar su poder. 
La cárcel es un escenario de prueba al temple revolucionario y Francisco no fue inferior a ese reto.  En un par de cartas, una que me dirigió a mí y que preservo con especial cariño, y en otra dirigida a un escenario político, expresa abiertamente su profundo orgullo de ser comunista. 
 “…No puedo olvidar a los compañeros: Manuel Cepeda Vargas, José Antequera, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Henry Millán Gonzáles, quienes me hicieron un discípulo de la revolución política y me vincularon a hacer parte de ese ejército explotado por el capitalismo”.
Igualmente dejó expresas sus férreas convicciones señalando que aún desde la cárcel sentía la “motivación de seguir luchando por construir una nueva sociedad sin excluir a nadie”.
Desde la primera vez que visité a Francisco en la Modelo quise reconocerle su firmeza, su mística, su ejemplo, y pensé que escribiría un artículo sobre él y su lucha. Los reconocimientos y homenajes merecidos a nuestros (as) compañeros de lucha es mejor hacerlos en vida, no obstante, dada la dureza de las condiciones en las que asumimos la militancia en nuestro país, nos topamos muy frecuentemente con hechos fatídicos como éste. 
No me lo esperaba Francisco, me quedé con el paquete listo en el que había incluido el libro Fidel y La Religión, la Constitución Política, las últimas ediciones de VOZ y el resaltador que me pediste que te llevara en nuestro próximo encuentro. Lo siguiente sería darte el abrazo de bienvenida a la libertad tras la amnistía.  Ya no fue posible y no imaginas cómo duele…
Ahora, Francisco, con mi corazón lloviendo por tu ausencia, sólo puedo rendirte tributo sumándome a tus sueños, recogiendo tus banderas y compromiso revolucionario.  Compromiso que dejaste plasmado también con tu puño y letra:
“Compañeros:  yo exhorto a todos los que están afuera y a los que estamos privados de la libertad a continuar luchando por construir la Colombia que queremos, en Paz y con Justicia Social”.



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